"Servicio a la vida del hombre" (Fragmento)
Vuestra tarea, ilustres señores, no
puede limitarse meramente a la profesionalidad correcta, sino que ha de estar
sostenida por esa actitud interior que se llama con acierto "espíritu de
servicio". Pues el enfermo, a quien dedicáis vuestros cuidados y estudios,
no es un individuo anónimo al que aplicar el fruto de vuestros conocimientos,
sino una persona responsable; y se le debe llamar a tomar parte en la mejora de
su salud y en la obtención de la curación; se le debe situar en condiciones de
poder elegir personalmente y no de tener que aceptar decisiones y opciones de
otros.
Ello reviste importancia no
secundaria en el ejercicio de vuestra profesión. Pues la experiencia enseña
que el hombre necesitado de cuidados preventivos o terapéuticos manifiesta
exigencias que sobrepasan la patología orgánica en acto. No espera del médico
sólo un tratamiento adecuado -tratamiento que, además, tarde o temprano
terminará fatalmente por resultar insuficiente-, sino la ayuda humana de un
hermano que le haga compartir una visión de la vida en la que cobre sentido
también el misterio del sufrimiento y de la muerte. Y, ¿dónde podría
encontrarse esta respuesta pacificadora a los interrogantes supremos de la
existencia, si no es en la fe?
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Desde este punto de vista, vuestra
presencia al lado del enfermo se vincula a la de cuantos están implicados en
la pastoral de los enfermos, sean sacerdotes, religiosos o seglares. No pocos
aspectos de esta pastoral coinciden con los problemas y tareas del servicio a
la vida realizado por la medicina.
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Deseando, pues, que entre cuantos
actúan en el campo de la sanidad aumente la disponibilidad sincera a la
confrontación, diálogo y colaboración constructiva, a todos propongo por
modelo supremo a Cristo, que fue médico del espíritu y con frecuencia del
cuerpo de cuantos encontró por los caminos de su peregrinación terrena; sobre
todo del Cristo que aceptó beber hasta el fondo el cáliz del sufrimiento. Al
asumir la condición humana y experimentar el dolor hasta la muerte y muerte
de cruz sin culpa alguna, Cristo se hizo imagen de enfermedad y curación a un
tiempo, de derrota y salvación, para que en Él tuvieran esperanza fundada
todos los que habían de afrontar el sufrimiento en la tierra a lo largo de
los tiempos.
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Por tanto, cultivadores del arte
médico, esté ante los ojos de vuestro espíritu Cristo en el misterio de su
pasión y resurrección. Os ilumine constantemente sobre la dignidad de vuestra
profesión y os sugiera en toda circunstancia las actitudes y acciones que
indica y exige la coherencia linear de la fe. Los hombres de hoy no piden
sólo afirmaciones de principios, sino prestación de signos y testimonios creíbles…
JUAN PABLO II
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