martes, 16 de febrero de 2016

HERMANA ENFERMEDAD


“Señor, enséñame a acoger mi enfermedad,
«hermana enfermedad» de toda mi persona.
Si la ignoro, me ignoro.
Si la rechazo, me rechazo.
Llegó a mi vida en un momento de plenitud
y se colocó a la puerta de mi paraíso
como el ángel de la espada de fuego
que no permite el retorno.

Sólo me queda el camino.
Pasan a mi lado los cuerpos de la publicidad,
deslumbrantes y bellos,
envueltos en un halo seductor,
matizados de colores,
brillantes de cosmética.

Pasan los cuerpos fuertes y sanos
para reprimir y para matar,
seguros de su técnica asesina,
atravesados de astucia.

Pasan los cuerpos activos
de los que amasan fortunas,
de los que llegan primero,
de los que trepan más alto.

Pasan los cuerpos
de los que luchan por la justicia,
por el pan, por el mañana.

Y yo me sentí tentado
de roer en el rincón
el hueso de mi desventura,
de dar vueltas a la noria
como el caballo que ahonda en la tierra
el cauce donde siembra sus pasos de preso.
Y pedí ser curado: «fama, futuro, eficacia y amor».

Pero pasó frente a mí
el cortejo seductor de los triunfadores.
Se vació mi casa de deseos agitados
como una muchedumbre embravecida.
En mi silencio empecé a oír
- no sé si era risa o lamento -
el susurro de una vida frágil y nueva, recién nacida.
En mi parálisis, empecé a sentir
- no sé si era gozo o dolor -
oleadas tibias que recorrían mis huesos.

Algo fuerte nació,
rompiendo con sus frágiles hojas
una tierra tan dura.
Algo simple, un signo discreto
de claridad y misterio”.

(Benjamín González Buelta S.J. en “La Transparencia del Barro”).

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