miércoles, 17 de septiembre de 2014

ENCUENTRO




“Últimamente me he preguntado muchas veces acerca de la relación, del encuentro interpersonal. En medio de mi vida llena de cosas, de prisas, de asuntos importantes, en medio de mi vida de “adulta”, parece que haya desaparecido el misterio. Todo es lo habitual, lo de siempre: ordenado, previsto, urgente… ¡Todo esta controlado! Salvo las finanzas, claro.

 Pero hace dos días, dando un paseo por las tiendas de mi ciudad, buscando como completar ese piso que pago con dificultad y aun esta a medio amueblar, me encontré, de repente, con unos rostros. Era un oleo  lleno de caras expresivas, perdidas entre negros, grises y ocres, que me gritaban, me llamaban y querían colarse en mi vida.

¡El misterio! ¡La belleza de la humanidad! ¡El horror del dolor insolidario! Tuve que meterles en mi casa. Sí, compre el oleo. ¡Qué paradoja! No hay lámparas, faltan muebles…, pero en una pared de mi casa están ellos y ellas.

De nuevo el misterio ha venido llamando a mi puerta, y por la noche, mirándoles, deje por un rato “mis cosas”, “mis urgencias”, y llame por teléfono a esas amigas con las que hace tiempo no tenia un encuentro personal… “¡perdona, pero el trabajo…!”

Y hoy me encuentro recordando la fuerza que en mi vida ha tenido la amistad. El gozo con el que descubrí la grandeza y el misterio de la persona humana. ¡Cuántos ratos de emociones compartidas, de acercamientos torpes, inseguros, día a día buscando el tiempo para estar, para compartir, para ir adentrándome en el Misterio de mi amiga, de mi amigo, para ir abriendo tímidamente lo mas hondo de mis ser! Recuerdo las sensaciones de pudor y deseo, el vértigo de dejar a la amiga tocar mis heridas, acariciarlas, la enorme responsabilidad de entrar en sus rincones oscuros con mi pequeña luz, el calor de mi cariño…

Así me he ido haciendo yo. Sí, me he sabido yo, distinta, hermosa, frágil y fuerte, dulce y dira, niña y adulta, al calor de una mirada que me iba reconociendo y de una voz familiar que me llamaba por mi nombre.

Ellos, mis amigos, me enseñaron a creer en la relación, a valorar el encuentro con el otro como el don más preciado. Juntos fuimos descubriendo la grandeza del ser humano, hicimos de la persona nuestra opción fundamental, porque juntos, a la luz de nuestra amistad, aprendimos también a reconocer la presencia y la amistad de Dios.

 Nuestra relación fue el camino que desveló, desde la experiencia, el misterio de un amor más grande, de una relación más honda, una presencia que nos buscaba a cada uno, un Dios que quería relacionarse con nosotros, que nos llamaba y esperaba. Así comenzó también mi relación con Dios, o mejor, su relación conmigo y comencé a estar con el, a encontrarme con el, a adentrarme en su misterio a través de la puerta que su amor me abría, y a dejarle penetrar en el mío, o tal vez a descubrirle, poco a poco presente en mi mas honda verdad.

El es quien ha ido revelando mi verdadera identidad, ala vez que regalaba la suya, el es quien me ha enseñaba a amar a mis amigos, a comprometerme también con esos rostros desconocidos. Es así, me ha vinculado a él, vinculándome más a mi misma, a los que amo, y a todos los hombres y mujeres del mundo.

Es como ese cuadro: misterio, relación, humanidad, ruptura… que hoy se ha colado en mi casa, en mi vida, llamándome de nuevo a la amistad”.*

*ORAR

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