sábado, 31 de enero de 2015

LA SALUD COMO TAREA ESPIRITUAL

Actitudes para encontrar un nuevo gusto por la vida

.(ANSELM GRÜN Y MEINRAD DUFNER) 


LA SALUD  Supone, una relación correcta del individuo consigo mismo, con los demás, con la creación y con su autor, Dios.
 Es muy importante que estés atenta-o al lenguaje exterior de tu cuerpo para conocerte mejor.

    Existen cuatro fuentes de autoconocimiento humano:

1.-  Los pensamientos y afectos
 2.- Los sueños
 3-  El cuerpo como expresión del alma
 4.- El nivel de conducta, es decir nuestro comportamiento

La enfermedad suministra una  importantísima información sobre el verdadero estado de la persona y nos señala algo: que tenemos algo importante que cumplir, vivir ante los seres humanos la libertad recibida de Dios y disfrutar de los encantos de la vida.

La enfermedad como oportunidad. La acción de Dios puede manifestarse en mí de dos maneras: o bien curándome o también haciéndome comprender la verdad de lo que soy.

Las heridas de Cristo son una imagen elocuente que nos hace ver la necesidad de renunciar a la inútil lucha de pretender curar nuestra heridas a toda costa

TE SUGERIMOS QUE PONGAS ATENCION A LOS SIGUENTES ELEMENTOS QUE TE AYUDARAN A TENER MEJOR SALUD

AIRE Y LUZ Cuadros relajantes y una disposición de las cosas con buen gusto favorecen los sentimientos del alma

EJERCICIO Y DESCANSO   Un estilo de vida sano permite que la vida espiritual se desarrolle con virtualidad curativa sobre el cuerpo y sobre el alma.

SUEÑO Y VIGILIA La escucha atenta a la voz de Dios que nos habla en sueños para orientarnos en el camino espiritual, nos previene contra los grandes riesgos de pasar al margen de nuestra propia realidad y de Dios mismo sin percatarnos quizás de ello.

SECRECIONES Y ELIMINACIONES  Preguntarse en que dirección fluye su energía sexual, a quien ama y como se manifiesta exteriormente esta inclinación amorosa. En la manera de expresar mi amor a los demás se deja traslucir la vitalidad de mi vida espiritual.

PASIONES SENTIMIENTOS Y EMOCIONES  Al que atiende su vida como un don de Dios para servicio de los hombres le da igual prestar ese servicio con salud o enfermo.

RASGOS FUNDAMENTALES DE UNA ESPIRITUALIDAD TERAPÉUTICA

En el examen de conciencia nos topamos con las necesidades y deseos mas profundos  dónde estamos exactamente, cual es nuestra situación real y en que consiste en concreto nuestra falta o nuestra responsabilidad.

Falta de moderación En el afán inmoderado de perfección, de seguridad en todo,  de absoluto abastecimiento, de garantía absoluta para la salud  y realización plena  de la vida Inestabilidad, depresión y murmuración, El que no es capaz de someterse a un orden externo tampoco puede tener orden interior.  “el típico paciente de hoy padece el profundo vació de lo absurdo en la profunda sensación de que su vida carece de sentido”. Humildes y no orgullosos La autentica espiritualidad según los monjes se exterioriza en comportamientos humildes de apertura y tranquilidad, de paz y misericordia, que ganan mas hombres para Dios sin tanto ruido y de manera mas duradera que el clamoroso cacareo de las grandes experiencias místicas.

miércoles, 28 de enero de 2015

Vocación de Santa Teresa de Jesús

Te presentamos la respuesta vocacional de esta santa que dio un sentido total a su vida con la encomienda que Dios le confió. de igual modo te peguntes, ¿Dios tendrá un proyecto para mi? ¿por qué sí y por qué no?
 
En estos días que andaba con estas determinaciones, había persuadido a un hermano mío a que se metiese fraile diciéndole la vanidad del mundo. Y concertamos entrambos de irnos un día muy de mañana al monasterio adonde estaba aquella mi amiga, que era al que yo tenía mucha afición, puesto que ya en esta postrera determinación ya yo estaba de suerte, que a cualquiera que pensara servir más a Dios o mi padre quisiera, fuera; que más miraba ya el remedio de mi alma, que del descanso ningún caso hacía de él.

Acuérdeseme, a todo mi parecer y con verdad, que cuando salí de casa de mi padre no creo será más el sentimiento cuando me muera. Porque me parece cada hueso se me apartaba por sí, que, como no había amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo haciéndome una fuerza tan grande que, si el Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera que lo puse por obra.

En tomando el hábito, luego me dio el Señor a entender cómo favorece a los que se hacen fuerza para servirle, la cual nadie no entendía de mí, sino grandísima voluntad. A la hora me dio un tan gran contento de tener aquel estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy, y mudó Dios la sequedad que tenía mi alma en grandísima ternura. Dábanme deleite todas las cosas de la religión, y es verdad que andaba algunas veces barriendo en horas que yo solía ocupar en mi regalo y gala, y acordándoseme que estaba libre de aquello, me daba un nuevo gozo, que yo me espantaba y no podía entender por dónde venía.

Cuando de esto me acuerdo, no hay cosa que delante se me pusiese, por grave que fuese, que dudase de acometerla. Porque ya tengo experiencia en muchas que, si me ayudo al principio a determinarme a hacerlo, que, siendo sólo por Dios, hasta comenzarlo quiere para que más merezcamos que el alma sienta aquel espanto, y mientras mayor, si sale con ello, mayor premio y más sabroso se hace después. Aun en esta vida lo paga Su Majestad por unas vías que sólo quien goza de ello lo entiende. Esto tengo por experiencia, como he dicho, en muchas cosas harto graves. Y así jamás aconsejaría si fuera persona que hubiera de dar parecer que, cuando una buena inspiración acomete muchas veces, se deje, por miedo, de poner por obra; que si va desnudamente por solo Dios, no hay que temer sucederá mal, que poderoso es para todo. Sea bendito por siempre, amén.

[Extracto de la Vida de Santa Teresa de Ávila]
L

sábado, 10 de enero de 2015

NUESTRA ORACION COMO ACOMPAÑANTES

HEMOS DE RETIRAR DE NOSOTROS ESA LOCA IDEA QUE SÓLO SON ACOMPAÑANTES LOS QUE SON DESIGNADOS COMO PROMOTOR- PROMOTORA VOCACIONAL...

Cuando acompañamos, a menudo hemos de ayudar a orar a los jóvenes que encontramos. Pero no se trata solamente de formar a los demás en la oración: en el trabajo de discernimiento que es el nuestro, estamos invitados a orar nosotros también.

         Lo sentimos como una necesidad profunda y como una exigencia que los mismos jóvenes saben recordarnos. Durante unos ejercicios, una chiquilla que venía a la entrevista me preguntó a quemarropa: "¿Rezas antes de nuestras conversaciones? Porque, ¿sabes? es importante lo que está pasando..."

         Tenía razón. No sé cómo se podría acompañar a alguien sin  entregarse uno mismo a la oración. Voy a tratar de decir cómo el "discernir y acompañar" me desafía a orar.

         Para el que encuentro como para mí, la experiencia del acompañamiento es, en primer lugar, la de una docilidad al Espíritu Santo.

         1. Antes que nada, me siento invitada a ponerme a la escucha, a "dejarme abrir el oído", como el Siervo de Isaías. Eso es lo que ya pido en la oración: la capacidad de acoger en la fe lo que me van a decir en la entrevista, de saber escuchar hasta el final, sin dejar lugar a mis reacciones inmediatas, de oír cómo el Señor habla, o de percibir cómo se manifiesta.  

         Esa es realmente una petición de luz y de fe en la acción del Espíritu que renuevo antes de una entrevista, y, a menudo, me apoyo en esta palabra de Cristo: "Con mayor razón dará mi Padre el Espíritu Santo a quienes se lo pidan".

         2. A la hora de recibir a alguien, todo eso se reduce a una oración fugaz, como un recordar que me ayuda a disponerme: acto de confianza en quien está presente en el encuentro como lo prometió: "Cuando dos o tres están reunidos en mi nombre, estoy en medio de ellos".

         No pocas veces, durante la conversación, cuando veo y oigo que "algo está pasando" en la vida de la persona, que un "paso" se está dando o esbozando, siento subir en mí una acción de gracias ante Dios que está obrando. A veces, es un sentimiento muy fuerte: el de ser el testigo de que Dios está actuando en alguien y ¡estoy maravillada! Y me vuelven estos versículos de San Juan en su Primera Carta: "Lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que nuestras manos han tocado del Verbo de Vida...". 
         Pero hay también momentos más áridos: los silencios, los bloqueos, los momentos en que no veo nada y lanzo una imploración muda, o ¡una vigorosa interpelación! para que el Señor haga algo.

         3. Por fin, hay la oración del "después". A menudo me siento como "habitada" por esos jóvenes, por su vida, sus preguntas compartidas, sus miedos. Y es a veces como un fardo que deposito ante el Señor, sin buscar nada, sin pedir nada, en silencio simplemente, quizá por sentirme exhausta.

         Cuando tomo el tiempo de quedarme allí -que a veces apenas tengo el valor o el deseo- percibo que se establece una distancia, que los rostros retoman su lugar y que puedo comenzar a orar por cada uno, a entregarlos al Padre y a ponerme a mí también en sus manos. Entonces ha llegado para mí el momento de releer mi modo de ser y de proceder, un momento de acceso a una conversación en la que acepto que sea Dios el protagonista y que "sus pensamientos no sean mis pensamientos".

         4. Otra cosa que es importante: lo que los jóvenes dicen o viven se transforma en una interpela­ción en mi propia vida. Ellos me devuelven a la fuente, a un vínculo más personal con Jesucristo, a un compromiso por renovar siempre.

         A menudo también, suscitan en mí tal o cual palabra de la Escritura, un deseo de contemplar a Jesucristo, y es en esa escucha y acogida de la Palabra donde puedo a mi vez experimentar los sentimientos que habitan en mí.

         5. Por cierto, no soy "indiferente" a lo que viven, a sus elecciones, y, en la oración, estoy invitada a reconocerlo y aceptarlo, a pedir vehementemente entrar en la libertad que ayuda al otro a ser libre. Lo he comprobado muchas veces: las cosas se me hacen claras a mí también y de ahí siento que el Señor me hace entrar más profundamente en el corazón de mi vocación de religiosa, vocación que me llama a "dejar a Cristo crecer en mí" para ayudar a que crezca en cada persona, con paciencia, en la duración. "Dios es quien da el crecimiento".

         6. Hay todavía momentos en que la oración es una prueba: Dios parece callar; no veo nada, no sé nada, siento mi impotencia... Los Salmos son entonces una gran ayuda y la ocasión de "gritar" hacia el Señor. Tengo ganas de decirle a Dios -y ¡se lo digo!- que, después de todo, ¡la empresa es la suya! Y eso es precisamente lo que El, sin parar, me invita a redescubrir...

         7. Todo eso me trae constantemente de vuelta a la oración del mismo Jesús, a creer que no deja de rogarle al Padre; y, asimismo, a la oración de toda la Iglesia.

         Me siento renovada en mi fe en el Dios que no deja de llamar a vivir, en la diversidad de las situaciones y las personas, y a trabajar con El hoy.

         Intuyo claramente que mi débil deseo es asumido en el deseo de Cristo, en el deseo que el Espíritu siempre expresa. "Oren al dueño de la cosecha".

         8. No quisiera terminar sin agregar esto: es realmente en el seno de la Iglesia donde todo eso se vive y donde puedo reconocer lo que ya hizo el Señor. Esa memoria arraiga mi confianza en Aquél que es fiel. Hago más particularmente esa experiencia en mi comunidad, porque, si mi misión es personal y requiere una gran discreción, la comunidad es la que me envía y que conmigo entrega esa misión a Dios. Más aún que un apoyo -nada despreciable en algunos momentos...- ella es el signo permanente de que Dios llama a seguir a Jesucristo en la Iglesia y por la Iglesia.


            (Traducido por G.Jonquières, S.J., desde Notes et Pratiques ignatiennes, julio de l986)