miércoles, 18 de marzo de 2015

mi vida como carmelita...

No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos nos ama.” (V 8, 5)

En honor a la festividad del V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús, compartimos la experiencia de dos hermanas Carmelitas Misioneras de Santa Teresa, en su seguimiento a Jesucristo al estilo de la Santa Madre.
Hna. Ma. Soledad Lucía del Corazón Inmaculado
María Soledad Orozco Juárez

1.         Nací en México, D.F. el 5 de noviembre de 1934, en la Colonia Anáhuac, antes “Santa Julia”, muy cerca de Lago Texcoco donde vivieron nuestras Madres Fundadoras. Doy gracias a nuestro Padre Dios y a Ellas porque considero que mi vocación es fruto de sus oraciones y vida ejemplar.
Recuerdo que en mi adolescencia, al ver una película de la Pasión del Señor Jesús, quedé impactada de su fuerte personalidad y misión. Pero ahí quedó todo, porque aún no conocía la vida religiosa. No había promoción espiritual en mi pueblo.
Ahora entiendo que nuestra Madre Santísima me llamaba al Carmelo, pues cuando conocí su bendito Hábito, me gustó tanto que lo vestí seis meses, sin antes haberla conocido bajo esta advocación.
El señor Juanito, seglar que me animaba y apoyaba me acompañó a mi primera entrevista con la M. Piedad, en el Sanatorio “Piazza”. Después de un año de discernimiento, ingresé a la congregación, los primeros días de mayo de 1953. Me recibió la M. Piedad de Cristo Rey, Pérez Cardiel, entonces Superiora General (q. e. p. d.).
Hice mi postulantado en Acuitzio del Canje, Michoacán, siendo superiora local la M. Albertina del Sagrado corazón, Rangel Franco, quién se encargó de probar mi vocación.
La devoción a nuestra Madre Santísima, la espiritualidad de Santa Teresita del Niño Jesús y la devoción a nuestro Padre Señor San José fueron mi apoyo y mi fortaleza durante este tiempo, en las pruebas de la formación.
Desafortunadamente mi proceso ha sido lento por mi falta de correspondencia a la gracia, me considero indigna de sus gracias, como lo refiere la Santa Madre Teresa de Jesús, “era yo mujer y ruin” pero el Señor no deja de motivar e impulsar cotidianamente mi proceso llevando el hilo conductor de mi vida a la meta que es Él.
El 8 de diciembre de 1961 hice mis Votos Perpetuos en Perú Illinois U.S.A. en manos de la M. Clotilde quien era mi superiora -que en paz descanse-.
La iluminación del Espíritu Santo y la formación que me ha dado la congregación, han ido abriendo en mí horizontes nuevos para realizar las responsabilidades que me han sido encomendadas.
El estar con Jesús, en contacto con su Cuerpo y con su Sangre en la Eucaristía, en la oración y en la vida de comunidad, me han ido enseñando a escuchar y reconocer la voz de Dios que me ha ido liberando de mis esclavitudes al degustar la ternura de su amor.
El camino que he recorrido hasta aquí ha transcurrido entre luces y sombras en fe activa y creativa -según mis posibilidades- en actitud orante, para poder ser fiel al amor de Dios, especialmente en los momentos de purificación y pruebas necesarias para madurar y crecer en medio del dolor y gozo Pascual, tratando de descubrir la voluntad de Dios, y en un esfuerzo cotidiano para poner en práctica lo que voy entendiendo es voluntad de Dios; uniendo la fe con la vida.
Actualmente mi relación de amistad con Dios Trinidad en la oración es de amor, confianza y compromiso. Siento que el amor de Dios me desborda y me pregunto: ¿Cómo corresponder al amor de Dios que me ha dado tanto?
Quisiera hacer muchas cosas. Pero, ¡ay! ¡Puedo hacer tan poco! No obstante experimento en mí una enorme necesidad de colaborar para que Dios sea conocido y amado como ÉL merece ser amado. Además, también el clamor del pueblo llega muy fuerte a mi corazón, especialmente el dolor de los que más sufren en todos los aspectos, los pobres.
Mi vocación nació en una Cuaresma
Hna. Blanca María de San José,
 Bello Jiménez, C. M. S. T.

El Don de mi vocación creo haberlo recibido de Dios como regalo a mi madre por su piedad y gran amor a Jesús.
Siendo muy pequeña, seguía a mi progenitora en todos sus actos de piedad. En cuaresma, comenzaban los ayunos, los sacrificios. Mi madre nos inculcó el amor y la gratitud a Jesús por sus sacrificios, comenzando por el desierto.
Para mí, la semana santa significaba lo más sublime, porque la pasión de Jesús penetró hasta lo más profundo de mi ser ¡Lo quería seguir!.
Fue pasando el tiempo y seguí buscando más vidas de santos y también novelas para saber de todo; pero mi corazón y mis pensamientos no se apartaban del ideal, que solo con pensarlo me hacía feliz. Pero ¿cómo hacerlo si no conocía a la monjitas ni dónde estaban los conventos? En mi casa, mis hermanos y demás familiares me decían que ya no había monjas porque con la revolución las habían desterrado.
¿Dónde estaba su convento?, ¿dónde encontrarlas? Bueno, pues nuevamente la misericordia de Dios se hizo patente. A los cuantos días fue a visitarme el P. Carmona (que ya nos conocíamos porque con él y mis dos primos sacerdotes, trabajamos en una obra de teatro). En la conversación me preguntó que si era cierto que quería ser monja carmelita y le dije que sí, pero que no sabía cómo encontrarlas. Él me dijo que conocía a las carmelitas de la M. Margarita (de San Elías, Diéguez Fernández) que estaban en México, Tacuba. Me pregunto que si quería que se comunicara con ella, para hablarle de la vocación de una chica que él ya conocía. Mi contestación fue, “No sólo quiero, sino que se lo suplico”. Entonces él afirmó: “Hoy mismo me comunico a México con la M. Margarita”.
Mi mamá se puso muy triste y las lágrimas comenzaron a correr por sus ojos, pero el sacerdote estuvo platicándole de manera que la convenció de que en lugar de llorar debía estar alegre porque el Señor tomaba por esposa a una de sus hijas por fin llegó el día en que mi mamá y yo salimos muy temprano en autobús de Chilapa para llegar a Iguala, Guerrero y tomar el tren para México. Recuerdo que antes de tomar el tren mi mamá me pidió: "Hijita, mejor nos regresamos y después venimos". Yo contesté espontáneamente, pero con firmeza: “Mejor llegamos y después nos regresamos”.
Han pasado más de sesenta años de vivir en la casa del Señor y yo he sido siempre feliz, a pesar de lo negativo que va una encontrando en el camino. Las enfermedades me han deteriorado el cuerpo, pero el alma y el corazón están llenos del gozo; ahí es donde puedo asegurar que la vivencia de Santa Teresa de Jesús, ha sido un gran ejemplo para mi, en relación a sus achaques que no le impidieron ser la gran reformadora del Carmelo.
Agradezco al Señor que me haya elegido para ÉL. Agradezco a mi congregación por haberme recibido con el cariño que se ha prolongado hasta el presente, pues todas las hermanas con quienes he convivido me han dado su comprensión y bondad, en lo buenos y en lo no tan buenos momentos de toda mi vida.

¡QUE EL SEÑOR BENDIGA A MI CONGREGACIÓN!